viernes, 14 de mayo de 2010

Democracia-Ficción

Cada cita electoral se convierte en la fiesta de la democracia, los ciudadanos depositamos nuestros votos y nuestras esperanzas de una sociedad mejor (en unos casos mejor para todos y en otros casos mejor para nosotros) en una urna con la vana ilusión de ostentar la soberanía del Estado.
Con nuestro voto, merced a la ley de Hont, conseguimos, como mucho, decantar el gobierno hacia uno u otro partido mayoritario justificando el sistema con la coartada de la PRESUNTA gobernabilidad del país. Ciertamente esto es más de lo que pudieron soñar nuestros abuelos y las victimas del franquismo, conocedores ellos únicamente de la llamada democracia orgánica.
Pero la nuestra no deja de ser una soberanía más bien parcial, frustrante para muchos que acaban absteniéndose de votar ante la decepción que sufren por los partidos que ejercen el gobierno alternativamente.
Sin embargo ese escaso sentimiento de soberanía se derrumba al constatar el verdadero significado o insignificancia del término gobernabilidad. Son éstos unos días en los que es fácil ver cuáles son las posibilidades del gobierno de un estado. Cuando el Banco Mundial, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional dictan sentencia, ya puede ser el gobierno de "izquierdas" o de "derechas" aquí se hace lo que dice el jefe y punto.
Hay diferencia entre unos y otros.
Unos se alinean directamente con las políticas más neoliberales dictadas por esos grandes organismos, promulgan hay que favorecer a los que detentan el capital para que inviertan en empresas y se cree empleo y que si se les deja total libertad de actuación el efecto sobre el empleo es seguro. Esto se da por hecho como un dogma que no necesita demostración aunque la experiencia haya demostrado que su avaricia les hace llevar el dinero allí donde el empleo, también llamado mano de obra, sea más barato en cada momento. Es lo que se llama "deslocalización", consecuencia de la "mundialización".
Otros supuestamente se alinean más con la clase trabajadora (que somos casi todos, no nos olvidemos) y nos hacen creer que hay una forma de redistribuir la riqueza de una forma más justa con leyes sociales y con políticas tributarias ajustadas al poder adquisitivo de los individuos.
No obstante el ámbito de aplicación de la política de unos y de otros alcanza a todos los estratos de la sociedad excepto a los intocables. Unos con sus decretazos recortan drásticamente los derechos a los trabajadores, otros con su miedo a hacer daño dejan que la burbuja inmobiliaria continúe hinchándose hasta su explosión y se reprimen para no aumentar impuestos a los más ricos, o a los bancos, o al capital especulativo (ese que se genera sin manufacturar productos ni dar ningún servicio a nadie).
Pero ¿por qué someter los estados al Capital? No debe ser sencillo explicarlo, quizás haya que pensar que el Capital se ha globalizado, es decir que tiene un poder mundial expresado en esos grandes organismos y unas herramientas capaces de reventar con especulaciones cualquier intento de retomar el control de los estados.
Posiblemente haya que preguntar a quién le debemos dinero. ¿A quién le debe dinero el Estado? El estado llega desde el gobierno de la Nación, pasando por Autonomías y provincias hasta los municipios. Entonces, repito, ¿A quién le debe dinero el Estado? ¿y cuánto? ¿tanto como para estar en sus manos?
Pensabamos que los únicos países asfixiados por la deuda eran los del Tercer Mundo ¿no?
Parece que, ahora más que nunca, es el momento de recuperar la ideología, de leer la conferencia que dictó Chomsky en 1970 (MIL NOVECIENTOS SETENTA) llamada El Gobierno en el Futuro.
Si tuviera valor Zapatero nos confesaría que no pinta nada, sí que no pinta nada. Pero no nos engañemos, los otros TAMPOCO, ni ahora ni cuando gobiernen. Aquí manda el jefe.
Para recuperar la soberanía hay que salir a la calle TODOS a cada ocasión que se nos convoque, pero sin apuntar a unos ni a otros, sólo contra el que se atreva a someter nuestro estado a los dictados del Capital ¿o acaso estamos dispuestos a arrodillarnos y retroceder a los tiempos en los que se trabajaba de sol a sol, todos los días hasta salir con los pies por delante a cambio simplemente de poder comer casi a diario.
Si no lo hicistéis por compasión, ni por solidaridad, mirad ahora para tomar ejemplo de que en muchos "estados" ya está sucediendo, incluso antes de que nos llegara la "crisis", pero pensábamos que eran de otro mundo, o una fatalidad o los más cínicos que era sólo un efecto colateral de nuestro bienestar. Al fin y al cabo otro dogma de fé que aceptamos los proletarios aburguesados es que "para que unos ganen otros deben perder".

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